jueves, abril 29

Gente normal, Sally Rooney

 

 

La segunda novela de Sally Rooney llamó mi atención por primera vez cuando trabajaba en una librería. Allí veía cientos de portadas y contraportadas a diario, pero la versión en español, con su portada verde y el dibujo de dos personas dentro de una lata de sardinas, se quedó en mi mente por mucho tiempo. Reacia a las traducciones del inglés, nunca la leí mientras trabajaba allí, y tampoco la busqué en inglés o en internet. Luego supe que habían hecho una serie que, por supuesto, en Chile no podía ver legalmente, y pensé que era el momento de leerla -no lo hice. Ahora por fin, después de tres años, me encontré con una copia en una librería inglesa y por fin pude leerla. 

Gente normal es una historia de amor, más que cualquier otra cosa; la relación entre Marianne y Conell, a ratos tóxica, dependiente e intermitente. Es una historia de afectos, también, que ahonda en el vínculo entre dos personas que se conocen en la adolescencia, ambos con sus propios problemas y dificultades, y su desarrollo durante los primeros años fuera del ficticio Carricklea, su pueblo natal, en el norte de Irlanda.   El personaje de Marianne se corresponde con el estereotipo de la adolescente marginada socialmente, que viene de una familia millonaria, es descrita como extraordinariamente inteligente y pasa sus días leyendo en soledad. Conell es un chico más del montón, en realidad, hijo de la mujer que limpia la casa de la familia de Marianne, relativamente popular en la escuela, pero más bien retraído y tranquilo. 

Desde las primeras páginas está claro que hay una atracción entre ambos, y pronto lo que podría desarrollarse como una historia de amor adolescente cualquiera se transforma en un pozo sin fondo de dolor, intensidad, miedos y ansiedades. Los personajes no son realmente agradables, lo que no significa que sean desagradables, sino que más bien no están construidos para que el lector empatice con ellos. Aunque podemos entender lo que motiva a ambos y por qué actúan de la manera en que lo hacen, en realidad es imposible tomar partido por alguno de ellos, porque ambos cometen errores y se mueven casi siempre sin pensar en el otro a quien dicen amar. Son personajes profundamente heridos, rotos, que se afirman en el otro al punto de la dependencia emocional, y que al final del libro no dan cuenta de haber crecido en absoluto, a pesar de la terapia de Conell y la huida de Marianne del entorno violento en que vivía. 

A ratos la lectura se vuelve incómoda, porque gran parte de los problemas entre Marianne y Conell se deben a falta de comunicación. Él nunca llega a decirle lo que realmente quiere decirle (y viceversa), y ambos suponen cosas del otro que terminan asumiendo como reales, sin molestarse en preguntar o en aclarar las situaciones problemáticas por las que pasan. Pero lejos de tratarse de una falla en la escritura o en la construcción de los personajes, me parece que esta incomodidad está allí a propósito, para indicarnos que algo no anda bien, que si ese tipo de actitudes se repite sin importar dónde y con quién están Marianne y Conell es porque, contrario a lo que ambos creen, no son mejores cuando están juntos, y necesitan algo más allá de ellos mismos. 

En cuanto a su escritura, la novela está escrita en un tono lánguido y adolescente, a ratos sufriente, que no sé si atraiga a todo tipo de lectores. Tal vez su mayor fortaleza sea la construcción de los Marianne y Conell a través de los ojos del otro: Marianne, para él, siempre un ser extraordinario; Conell, para ella, siempre el más inteligente; mientras que para el resto, e incluso para nosotros, ambos aparecen como personas tremendamente dañadas y extrañas, que nunca encajan del todo porque tampoco parecen encajar consigo mismos. 

Honestamente, muchas veces quise gritarle a los dos por agrandar problemas que, en mi opinión, podrían haberse solucionado hablando, pero en ningún momento quise dejar de leer. Cada vez que volvía a tomarlo terminaba pensando en mi propia forma de ver las relaciones interpersonales, de amistad y de amor. Creo que ese, finalmente, es el mayor atractivo de Gente normal: la historia de Marianne y Conell te lleva a mirarte a ti mismo, a revisar tu propia forma de relacionarte con los otros afectivamente. 

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