sábado, julio 4

Sobre el encierro

En octubre del año pasado retrocedimos cuarenta años. Ahora, el tiempo se ha detenido, y ya no sé bien cuándo ni dónde estamos. A veces siento que no existo si no nadie está aquí para recordarme que existo, que estoy, que tengo un cuerpo y que estamos aquí, en el departamento, en la cama, en el piso siete. Hay días en que me parece difícil creer que esto es existir, que esta es la realidad en la que debo seguir. Me pierdo en la sensación de que no puedo seguir y me hundo en la cama, en las series, en la nada, y dejo todo de lado porque me agobia en exceso tener que estar. Estoy un poco perdida. Sé qué hay cosas que quiero, que están ahí, en el fondo de mi cabeza, pero me parece tan irreal querer esas cosas en este momento porque no veo un final -no veo que esto vaya a pasar, no puedo imaginar que en algún momento volveré a salir al mundo y a estar con la gente que quiero-, y entonces lo postergo todo, lo ignoro y alejo todo, como si ese después nunca fuera a llegar. Ya no tengo miedo, sino una angustia tremenda que a veces me pesa tanto que no puedo levantarme. Pero quiero superarlo, quiero poder hacer mi vida, saber que puedo estar, a pesar de la angustia, con la angustia, si es que es posible. Lo siento todo muy pesado y me cuesta ver a través de esta camanchaca en que se transformó el mundo en el que vivo. Sin embargo, la asumo como el lugar que habito e intento continuar. Escojo continuar.

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