martes, febrero 6
#3
Reconocer es una palabra capicua, como Ana y Otto, como los amantes del círculo polar. Reconocer el cuerpo propio en el espejo, reconocer-se, abusando del sufijo si se quiere, pero ver en esa otra del reflejo a la misma que camina por las calles de la ciudad sin buscar nada, porque ya ha encontrado donde siempre debió buscar. Reconocer que cuando la realidad choca consigo misma me dan ganas de escapar, porque me rehúso a quedarme en un solo lugar, me rehúso a enraizarme una vez más; que me dan ganas de huir cuando todo se vuelve real, cuando lo que pido cae sobre su propio peso y puedo tocarlo con las yemas de mis dedos, cuando es hora de despertar y el sueño está allí, ante mis ojos, tan real como yo. Reconocer que esta soy yo, miedos y todo, cicatrices y todo, errores y todo. Reconocer que a veces hay que saltar no más, con los ojos cerrado y apretando todos los músculos de mi cuerpo, aterrada, con un grito infinito para dejar ir, dejarme ir -dejarse llevar suena demasiado bien.
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