viernes, noviembre 24

"Observa, viajero, ¡cierra los ojos, abre las manos! Siente el espíritu que se alza, el alma en ascensión. Cuando te veas a ti mismo sabrás que, al fin, habrás encontrado al hogar."

Hablaba de encontrar como si me faltara algo. Siempre buscando, siempre intentando encontrar algo -alguien- en un mar de sensaciones, confusiones, enredos y amores. La diferencia es que ya no busco porque en algún punto de todo este camino me encontré con lo más importante: mi hogar, que no es otra cosa que yo misma, estado de transición permanente que encuentra refugio en sí para recibir a los demás desde la tranquilidad del santuario personal. Volviendo atrás me doy cuenta de lo desesperada que estaba por hallar algo fuera de mí, algo que le diera sentido a mis días y que completara mis afanes amorosos-románticos-tradicionales-edadmedia-amorcortés. Y cuando lo encontré, cuando por fin llegó aquello que pedí con tanto ímpetu, me aferré a ello con todas mis fuerzas y no me di cuenta cuando todo se derrumbaba bajo mis manos. Quise sostener lo insostenible, aguantar lo inaguantable, y en la catástrofe se fue todo lo que conocía y sabía de mí misma y de mi forma de enfrentarme al mundo. Estaba sola, de nuevo, y sabía que nunca más encontraría aquello que con tantas ganas esperé durante los últimos cuatro mil días -porque fue precisamente eso, una espera llena de expectativas y esperanzas que medio se cumplieron y medio quise creer que se cumplían. Quise tanto durante tanto tiempo que alguien más fuera mi hogar que me olvidé cómo ser el mío. Mi casa se convirtió en un lugar de tránsito que solo tenía sentido cuando estaba lleno con la presencia de otro cuerpo, alguien más en mi cocina, en mi cama, en mi baño. No era tanto el placer de compartir la vida con alguien, sino más bien la imposibilidad de compartirla conmigo en silencio. (No) sorprendentemente, obtuve exactamente lo que quería, como siempre. Dije algo y ocurrió. Escribí algo y se cumplió, como una sentencia, o una profecía. ¿Cómo iba yo a saber que no era lo que necesitaba realmente? Al menos ahora lo sé, y entiendo por qué tenía que ser así. Ahora me leo, me recuerdo y sonrío; comprendo los deseos de esa niña de dieciocho años que llegaba a una ciudad enorme en la que se sentía del porte de una hormiga, y ansiaba esa compañía y amor con el que soñaba despierta desde los trece años. No me arrepiento de eso, nunca lo haré. Pero ahora tengo otros deseos, menos ansiedad, menos timidez y más confianza y seguridad. No estoy incompleta, nunca lo estaré de nuevo. Encontré mi hogar y nunca me había sentido tan a gusto como ahora. Es el momento de dejar atrás todo eso que llenaba de ansiedad y falsas expectativas mi escritura, y enunciarme desde esto que soy ahora, desde este lugarcito metafísico que he encontrado y que es mío, donde no hay nadie más que yo en posición de loto jugando a meditar. Esto es lo que queda después del huracán. Esto es lo que queda después de atravesar el fuego -fire walk with me, breathe with me, fight with me, abraz(s)ar el fuego como si fuera mío, como si no se apagara en el mar. Esto es lo que pasa después de caminar sobre vidrios y sentirlo todo, y seguir sintiéndolo todo. Seguir, sobre todo. Y sentir.

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