domingo, septiembre 17
#59 Azul turquesa
Como día domingo, el lugar estaba más lleno que de costumbre, por lo que tuvo que esperar afuera de la sala con el resto de los asistentes para poder entrar a la hora acordada. Observó con curiosidad al grupo de personas que estaba practicando algún tipo de arte marcial cuyo nombre no sabía, y luego sonrió un poco al escuchar que se hablaban mutuamente en un japonés occidentalizado cuando estaban dando por finalizada la clase. Mientras sus compañeras reclamaban por lo mucho que se tardaban en salir del salón, ella reparaba en los detalles de los uniformes, las armas de madera, el pendón que colgaba de una de las paredes, los rostros de los practicantes a los que no sabía si llamar ninjas o karatekas -aunque probablemente ninguna de esas opciones fuera la correcta. Cuando finalmente terminaron, todas ingresaron rápidamente al salón y dejaron sus cosas a un lado muy ruidosamente, como dejando en claro que ese era su territorio y de nadie más. A ella no le importaban esas disputas de gimnasio. Se acercó a uno de los muebles para guardar su bolso, y entonces, mientras sacaba una botella con agua, lo vio. Él recogía lo que parecía ser una espada de madera, mientras hablaba con una niña pequeña que parecía tener mucho interés en el arma y en su uniforme, que le parecía gracioso pues se basaba en una falda gigante que llegaba hasta el suelo. Cuando hizo ademán de entregarle la espada a la pequeña, alzó la mirada y se encontró con ella. Fue simultáneo. Por un segundo ella se perdió en sus ojos azules, y pensó que nunca había visto unos ojos de ese color, como el fondo de una piscina en un día soleado. Creyó que podría hundirse en ellos por toda una eternidad. Por un momento, él se detuvo en sus ojos café chocolate, y pensó que cada tonalidad de café en esos ojos medio japoneses contaba una historia distinta. Quiso quedarse allí por un mes, un año, una vida, pero la pequeña lo estaba golpeando con su espada, y tuvo que desviar su atención hacia ella para que no causara ningún desastre. Entonces una música árabe comenzó a sonar en la sala y supo que debía irse de allí, aunque quisiera averiguar cuáles eran las historias escondidas detrás de los ojos de la chica que ahora se posicionaba en la fila del medio, sin dejar de mirarlo. Ella le sonrió, sabiendo que él le respondería de la misma manera. Y mientras él le sonreía también, dejaba precisamente junto al bolso de ella la espada de madera que le había entregado a la niña pequeña. Fue el último en salir del salón, pero se aseguró de que ella viera lo que había hecho, para que supiera que volvería por ella una hora después -por ella y por su espada. Ella no pudo evitar pensar que así era como empezaban las grandes historias de amor: con una espada de madera y música árabe de fondo, y ojos azul turquesa.
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