viernes, agosto 25

#37 La micro y el libro

La micro se movía erráticamente de un lado al otro, semáforo tras semáforo, pero él no parecía preocuparse de eso, enfrascado como estaba en un libro con dibujos extraños e inscripciones en francés que ella no alcanzaba a descifrar desde su posición, en la ventana contraria de la micro. Cuando subió, él ya estaba allí. Se apoyaba en la baranda que separaba los asientos preferenciales del pasillo, y sostenía el libro con admirable firmeza, considerando que el camino estaba lleno de baches y la micro iba muy rápido. Le recordaba un poco a Stan, del Autobús noctámbulo, por como se mantenía en equilibrio mientras el resto de los pasajeros luchaba por aferrarse a las manillas del bus. En un semáforo, se acercó a él y lo saludó. Él le sonrió un poco confundido, como si hubiera estado perdido en un mundo que estaba dentro del libro y que ella no conocía -así es que le preguntó qué estaba leyendo, y él le contó que se trataba de un libro que había encontrado escondido en una estantería de su casa, y que estaba escrito en muchos idiomas. Luego de eso, él debía bajarse, pero intercambiaron números de teléfono. Cuando las puertas de la micro se cerraron tras él, miró hacia atrás y le sonrió a la chica que lo observaba ilusionada desde la ventana.

Los paraderos que faltaban para llegar a su casa se hicieron eternos. Ese día no llevaba consigo su celular, y tuvo que darle su número de teléfono confiando en que él, eventualmente, se contactaría con ella. Pero sabía que no era tan sencillo como eso -en realidad, que cuando se trataba de ella, el universo parecía querer complicarlo todo, siempre, todo el tiempo. Cuando faltaban dos paradas para llegar a su casa, había decidido que probablemente ya nunca más sabría de él. Llegó totalmente desmoralizada a su departamento. Casi lanzó su bolso y chaqueta al sofá, dejándose caer junto a ellos, media desparramada y desesperanzada porque había demorado mucho en hablarle, porque quizás no le había interesado tanto como ella pensaba. Después de unos segundos en esa posición decidió que había sido mucho por el día y que lo mejor era tomarse una taza de té e irse a dormir. Al llegar a su cuarto, recordó que había dejado su teléfono bajo la almohada y lo revisó, y ahí estaba: un mensaje suyo, del chico de la sonrisa confundida que leía un libro extraño en la micro. Hablaron por mensajes durante horas, sin importar que al día siguiente ambos debían ir a trabajar temprano. Salieron ese fin de semana, a un parque que ninguno de los dos conocía, y volvieron a salir la semana siguiente, a un café temático, y luego a un cine independiente, y luego a buscar un regalo para alguien. Y así empezó todo.

O así podría haber empezado, si ella hubiera tenido las agallas de acercarse y preguntarle por el libro. Pero justo cuando se decidió a hacerlo, él tocó el timbre para bajarse, y se fue por la puerta de la micro con todas sus esperanzas e ilusiones. No lo volvería a ver, seguramente. Al menos, en otra realidad saldrían el fin de semana.

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