Encendió un cigarrillo apenas puso un pie en el departamento, apresurándose para llegar al balcón antes de que el humo molestara a su compañera de cuarto, que dormía media desparramada en el sillón. Se apoyó en la baranda y se detuvo un segundo a contemplar la sensación del humo descendiendo por su garganta, invadiendo su cuerpo, en un intento casi desesperado por entregarle la ansiedad a la nicotina para que saliera con la exhalación. No funcionó. Cuando exhaló el humo, la presión en el pecho seguía ahí. Y sabía que aunque fumara la cajetilla entera, seguiría estándolo, como había estado durante los últimos tres meses. Al menos le quedaba el consuelo de que en la otra realidad, la de al lado, todo era diferente, y todavía era feliz un sábado por la noche viendo películas y comiendo tonterías. Pero en esta todo seguía igual de gris, y no veía cómo eso podía cambiar. Suspiró, como siempre. Apagó la colilla en el cenicero y entró al departamento cabizbaja, sin hacer ruido.
Mientras buscaba una frazada para tapar a su amiga, algo hizo clic en la realidad de más allá -no la de al lado, la siguiente. Alguien observaba el humo de su propio cigarrillo y le tarareaba una canción al cielo nocturno, como esperando pacientemente lo que sucedería dentro de los próximos meses, solo porque sabía que algo pasaría en cualquier momento. Mientras esa certeza se asentaba en su mente, ella descubrió, de pronto, al tiempo que cerraba la puerta de su cuarto, que podía volver a respirar.
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