(Un momento perdido de C.)
miércoles, octubre 18
#89
“Un día decidió que quería irse. Lo aprendió de él, el de los libros y la moto y los vinilos de Bob Dylan escondidos en el fondo del ropero; aprendió a seguir el impulso de tomar el auto e irse a la mierda con todo y con nada puesto más que la certeza de que algo mágico e inesperado la esperaba al final del camino. Así es que eso fue lo que hizo un soleado día de Octubre, casi casi antes de cumplir los veinticuatro. Echó una rápida mirada a lo que había sido su mundo después de él. Recordó las conversaciones eternas a la luz de la luna, las canciones en la guitarra entrada la tarde, cuando sus manos solo querían ser música; recordó los abrazos y los paseos, las indirectas y las citas de filósofos en medio de la lluvia de Mayo. Lo recordó como lo había visto la última vez: abatido, observándola con el corazón roto, como si le hubiera arrancado un trozo de sí mismo con su partida. Y supo entonces que era hora de dejarlo ir, de dejar su recuerdo enterrado en el fondo de la arena y seguir adelante, dejarlo todo como él siempre hacia, como también la había dejado a ella alguna vez. Se subió al auto un jueves por la mañana y le dejo una nota en la mesa de centro a su padre. Cuando salió de la ciudad por la carretera hacia la costa, ya nunca más miró hacia atrás.”
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